Tras la desintoxicación del alcohol, comienza el verdadero desafío: encontrar quiénes somos sin la máscara de la bebida. El camino de recuperación es, ante todo, un viaje hacia uno mismo.
En el tratamiento del alcoholismo, sobre todo en la fase posterior a la desintoxicación, donde la mayoría, no sólo de pacientes sino también para muchos profesionales sanitarios, está finalizando el tratamiento, se produce la pregunta, inconsciente y espontánea, que, en realidad, supone el verdadero inicio del tratamiento psicológico ( no olvidemos que se trata no de un mal hábito, que también , sino de una enfermedad mental según la OMS).
“Yo solo quiero disfrutar de una copita de vino cenando con mi mujer.”
“Beberme una cervecita fresquita con mis amigas, como hacen todas.
“Brindar con cava en navidad.”….
Detrás de ese profundo anhelo psicológico subyace la causa misma de la adicción, la necesidad intrínseca de todo ser humano de ser aceptado, de pertenecer, en definitiva de sentirse amado.
No obstante, de la misma manera que no todos nacimos y crecimos con una piscina en casa, ni con unos padres o cuidadores que nos facilitaran el acceso y la disciplina de un entrenamiento riguroso, o de la misma manera que no todos crecimos en China , difícilmente nadaremos en unos juegos olímpicos o nos expresaremos en mandarín como si fuera nuestra lengua materna. Por supuesto que no somos todos iguales, afortunadamente, y un buen tratamiento nos debe dar acceso a descubrir nuestra autentica singularidad y a enamorarnos de ella, muy por encima de los estándares o las modas sociales de cada tiempo.
Efectivamente, no todos nos sentimos amados y protegidos durante nuestra infancia, base del apego seguro y fundamento de nuestra personalidad adulta, no todos sufrimos abandono, rechazo o maltrato en alguna de nuestras fases de desarrollo. No todo el mundo bebe, no todo el mundo se emborracha sitemáticamente para salir y “pertenecer” a un grupo de “amigos”, no todo el mundo va aumentando su ingesta de alcohol en una espiral sin fin, hasta convertirlo en una necesidad absoluta para cualquier cosa con los aberrantes efectos que ello va conllevando para la persona y su entorno.
La realidad, al principio difícil y poco grata, es que igual que la bollería y los pasteles son una fuente efímera y superficial de placer para muchas personas, para un diabético son un veneno mortal absolutamente prescindible, y, tanto el diabético como la persona que halla edificado su vida sobre los cimientos del consumo de alcohol como vía para tapar o aliviar sus carencias emocionales y psicológicas, solo alcanzaran su salud y su libertad a través del encuentro y aceptación de su verdadera identidad, que nunca será la misma a la de otros seres humanos.
Ese deberá ser el fin último de cualquier tratamiento, facilitar y acompañar a la persona en el Camino hacia sí mismo, en un proceso de crecimiento y maduración personal, integrando y trascendiendo sus carencias y traumas infantiles y adolescentes, alcanzando la mejor versión de sí mismo en su momento actual.
Francisco Javier Siles
Psicoterapeuta y Experto en Medicina China
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